Si pensaban en nosotros, era solo en referencia a nuestros sándwiches de carne y queso.
Si alguien hablaba de nosotros, eran las mismas historias de siempre: los postes de luz engrasados, Santa y las pilas. Si alguna vez mencionaban nuestros restaurantes, era tal vez Georges Perrier, tal vez Stephen Starr, y si tenían algo que decir sobre nuestra escena, era como un cuento con moraleja para jóvenes cocineros: Filadelfia era donde terminarías si no eras apto para la compañía civilizada. Era adonde ibas si no eras lo suficientemente bueno para jugar con los grandes.
Durante mucho tiempo, a nadie le importó Filadelfia. Nadie se preocupaba por nosotros. Nadie nos quería. Nadie nos prestaba atención.
Y era increíble.
¿Sabes qué es lo bueno de que te ignoren? Cuando todo el mundo mira en otra dirección, puedes salirte con la tuya en casi cualquier cosa. Y durante años, eso es exactamente lo que hicieron los chefs y restaurantes de Filadelfia.
Estábamos en trastiendas, bares y locales de barrio con menús escritos a mano que ponían fuera de juego a cualquier cosa que llevara un mantel blanco. Hicimos menús extensos en barrios en los que ningún turista encontraría jamás, experimentamos con la nostalgia detrás de puertas sin marcar y comimos nuestra cultura, nuestra historia, nuestros recuerdos de casa sin preguntarnos ni por un segundo qué pensarían las personas de otros lugares.
¿Teníamos alguna ilusión? Por supuesto. Pero esta es una ciudad que convirtió en héroe temporal a alguien que comió 40 pollos asados sin motivo alguno, así que la estrella de moda en un momento dado tenía las mismas probabilidades de ser un bobo que preparaba un sándwich espectacular, o alguien que ofrecía pato laqueado o endivias esculpidas. Así que hicimos del hecho de pasar desapercibidos algo interesante. Hicimos que las mejores noches de tu vida fueran desde cenas en sótanos, cócteles en el barrio chino y cartas de amor de 20 plazas hasta comidas olvidadas.
El problema es que las personas se dieron cuenta. Hablaron. Y sí, la primera regla del Club de la Pelea es que no se habla del Club de la Pelea, pero no había forma de que Filadelfia mantuviera el secreto para siempre. Resulta imposible cuando estás tan cerca de Nueva York y D.C. o desde que Internet entró en nuestros bolsillos colectivos y empezó a transmitir de todas partes a todas partes.
Así que ahora las cosas son diferentes. Hoy en día, Filadelfia es todo. Centro del mapa, tema de conversación, imán de premios. Todos los grandes chefs, todos los programas de cocina, todas las revistas de moda… de repente, a todos les importa lo que pasa aquí. (En definitiva, ¿qué estás leyendo ahora mismo?) Mires donde mires, hay un chef con maquillaje televisivo y vestido con su uniforme blanco. Vayas donde vayas, hay un reportero nadando en la sopa. En este momento, somos baratos, raros y tremendamente sexy. Somos el sabor favorito de todos.
Sin embargo, lo interesante es la reacción de los restaurantes de Filadelfia ante esta repentina atención y adulación. ¿Buscamos fama? ¿Lustramos nuestros zapatos y nos limpiamos la sangre de los nudillos? ¿Nos inclinamos hacia la cálida luz de la fama como mil pequeños girasoles?
No.
En todo caso, el reconocimiento exterior solo ha provocado que la escena gastronómica de Filadelfia se repliegue sobre sí misma y se vuelva más sectaria. Los chefs que podrían haber aprovechado el calor repentino que otorgan los resplandecientes premios y las luces de escenario para abrir simulacros grandes, fríos y sin alma de los lugares que los hicieron famosos, en su lugar, firmaron los contratos de alquiler de propiedades aún más pequeñas y pasaban sus noches poniendo música pop camboyana, ofreciendo alegría en lugar de vino o sirviendo cocina de fusión judeo-canadiense a sus vecinos, a los amigos de sus vecinos, a las personas de la zona y absolutamente a nadie más.
Y no hubo ningún acuerdo colectivo para actuar así. No se hicieron peticiones. No fue más que la reacción visceral de quienes habían trabajado durante tanto tiempo ignorados por los creadores de tendencias y modas, que se atrincheraron aún más cuando se les ofreció adoración y respetabilidad.
Filadelfia muerde la mano que le da de comer tan fuerte como la que no. Si la esencia de lo “cool” es hacer exactamente lo que te gusta sin que te importe lo que piensen los demás, entonces Filadelfia es la ciudad más “cool” del planeta.
¿Recuerdas cuando los Birds ganaron el Super Bowl? ¿Recuerdas el traje de Mummer de Jason Kelce, su voz destrozada y la canción que nos cantó a nosotros y a todos los demás en todo el mundo que no éramos nosotros?
No le gustamos a nadie, no le gustamos a nadie, no le gustamos a nadie. No nos importa.
Somos de Filadelfia, maldita Filadelfia.
No le gustamos a nadie. No nos importa.
Algo que siempre, siempre, siempre me encantará de esta ciudad es que también funciona exactamente al revés. Pueden amarnos, odiarnos, observarnos, ignorarnos. No importa. No vamos a ser más prolijos. No vamos a hacer lo que nos digan. Nunca vamos a ser la imagen que otros tienen de lo que se supone que debemos ser. Porque todos sabemos exactamente quiénes somos en nuestros mejores y en nuestros peores días, y no importa lo que piensen los demás, a esta ciudad, a esta escena, a estos chefs y a estos restaurantes nunca les va a importar.
Acerca de Secret Menu
Creamos Secret Menu, una revista impresa y digital de DoorDash, con la convicción de que la historia de un restaurante puede ayudar o inspirar a otra persona. Nos enorgullece presentar historias que conectan a las comunidades locales de restaurantes, y celebran la destreza y el ingenio que las hace brillar en el Blog para tiendas. Descubre más artículos de Secret Menu aquí.
