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¡Venga uno, vengan todos!

Los restaurantes eritreo-etíopes de la ciudad sirven algo más (mucho más) que deliciosa comida.

8/4/2024
14 minutos de lectura
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Sonaba “7/11” de Beyonce y nadie en la pista de baile podía quedarse quieto. 

Pasada la medianoche, en Dahlak Paradise, uno de los restaurantes eritreo-etíopes más antiguos de Filadelfia, la fiesta estaba en su apogeo. Las luces proyectaban una tonalidad púrpura sobre los que estaban reunidos en el estrecho espacio, mientras amigos se agarraban de la mano y desconocidos dejaban de sentirse tan extraños y todo el mundo se balanceaba, bailaba o giraba. 

Entretanto, mientras DJ Ayo fundía "“/11” con “Crazy” de Doechii, media docena de personas estaban sentadas en el comedor contiguo disfrutando de la comida, de una conversación más tranquila y de narguiles. Al fondo de la pista de baile, un pasillo de espejos conducía a un bar donde otras personas tomaban copas y veían jugar a los Sixers contra los Kings. Siguiendo la salida, se llega a una terraza exterior climatizada donde, incluso en el gélido mes de enero, había más clientes disfrutando del aire fresco.

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Así suele ser Dahlak, una dirección única que funciona como muchos lugares diferentes a la vez. Además del restaurante, que funciona desde 1986, su programa de eventos incluye fiestas en las que se puede escuchar a DJ prometedores, pero también micrófonos abiertos, espectáculos de comedia, noches de trivia y karaoke. Su comida es igual de variada. A medida que el restaurante hace su transición a la noche, las ofertas clásicas de su menú, como el yebeg wat, un cuello y paleta de cordero braseados a fuego lento, y el yemisir alicha, un guiso de lentejas al curry, se sustituyen por su nueva versión de la comida de bar: elotes, alitas y cheesesteaks especiados con berbere, una nueva adaptación de un favorito local que sirven algunos restaurantes eritreo-etíopes de la ciudad

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Mientras los Sixers ganaban a los Kings, un cliente habitual llamado Darnell Schoolfield seguía el partido mientras charlaba con otro cliente, Jay Bent.

“Es como un refugio, si necesitas ir a algún lugar”, dice Schoolfield, de 33 años, sobre el establecimiento.

“O un puerto seguro”, añadió Bent, de 25 años. 

“¡Sí!” coincidió Schoolfield. “Si necesitas un lugar a donde ir, puedes venir aquí. Y la mamá del barrio“. 

Las efusivas palabras de Schoolfield se referían a la propietaria y fundadora de Dahlak, Neghisti Ghebrehiwot, que estaba trabajando en la cocina, no muy lejos de allí.   

“La amo. Aquí todo es amor“, continuó Schoolfield. 

Como si nada, Ghebrehiwot salió de la cocina, toda sonrisas, saludando y deseando a Schoolfield y Bent un feliz año nuevo. 

“Para mí es como Cheers”, dijo Schoolfield, “todos saben mi nombre”. 

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Dahlak se ha ganado una reputación como centro cultural único en Filadelfia de la que pocos restaurantes de la ciudad —o de ninguna parte— pueden presumir. Al mismo tiempo, Dahlak comparte una cierta sensibilidad con otros restaurantes eritreo-etíopes de la zona. Muchos, como Salam Cafe y Kaffa Crossing, son restaurantes con múltiples facetas: restaurantes-bar y restaurantes-cafetería donde se puede cenar, pedir una cerveza, tomar un té o incluso todo lo anterior. Algunos abren hasta tarde, como Gojjo, Era Bar y Abyssinia Bar & Restaurant. Una invitación para verse en uno de estos locales, dependiendo del contexto, puede significar tomar un café informal, ponerse al día durante la hora feliz, satisfacer una necesidad desesperada de comer algo tarde a la noche, descomprimirse con una partida de billar o una oportunidad para reencontrarse. 

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Muchos restaurantes eritreo-etíopes de Filadelfia encarnan los llamados “terceros lugares”, es decir, espacios donde la gente puede relacionarse fácilmente, conocer a desconocidos o ponerse al día con sus seres queridos.

El sociólogo Ray Oldenburg acuñó el términotercer lugar a finales de la década de 1980, delimitando el hogar como primer lugar, el trabajo como segundo y un tercer lugar como el lugar al que acudimos para buscar y encontrar una comunidad. Desde hace tiempo, Oldenburg describe los terceros lugares como “en proceso de desaparición”. Como observó hace casi 30 años, “la mayoría de las zonas residenciales construidas desde la Segunda Guerra Mundial se han diseñado para proteger a las personas de la comunidad en lugar de conectarlas con ella”. 

Este tema se ha intensificado últimamente, a medida que los cierres por pandemia nos alejaban de los pocos terceros lugares que nos quedaban, dejando a muchos de estos negocios en apuros y finalmente llevándolos al cierre. Aunque los urbanistas llevan mucho tiempo defendiendo los terceros lugares, reivindicando la importancia de los parques, las bibliotecas y, sí, los bares de barrio, en los últimos años nuestro anhelo colectivo de formar conexiones ha llevado a muchos a buscar estos raros lugares. En Filadelfia, en determinados barrios, muchos residentes no necesitan mirar más allá del local familiar Habesha que tienen cerca. (Muchos eritreos y etíopes se identifican como “Habesha”, término que engloba la cultura y la población regional en general, independientemente de la etnia y la tribu).

Las comunidades eritrea y etíope de Filadelfia empezaron a crecer en la década de 1980, cuando refugiados de ambos países se asentaron en Estados Unidos. Durante ese periodo, explica Solomon A. Getahun, profesor de historia de la Universidad Central de Michigan y coautor del libro Culture and Customs of Ethiopia, se intensificó la guerra que Etiopía libraba desde hacía décadas por la independencia de Eritrea, al tiempo que el país se enfrentaba a una hambruna histórica y a luchas políticas internas, cada una de las cuales se cobró un número de víctimas mortales.

El oeste de Filadelfia alberga muchos de los restaurantes eritreo-etíopes más apreciados de la ciudad. Son más comunes en los barrios adyacentes a University City, donde se encuentran, entre otras instituciones, la Universidad de Drexel y la Universidad de Pensilvania. Se trata de una zona que en los últimos años ha experimentado enormes cambios y un aumento vertiginoso del costo de la vivienda, al tiempo que arrastra el peso del trauma generacional provocado por los desplazamientos masivos del pasado.

Los restaurantes eritreo-etíopes atraen a un amplio abanico de comensales de diferentes etnias y sexos, estudiantes y profesionales, homosexuales y heterosexuales, residentes de toda la vida y recién llegados, y comensales con restricciones dietéticas. 

Getahun explicó que estos restaurantes transmiten elementos de la cultura gastronómica Habesha, que desde siempre ha hecho hincapié en compartir y comer en comunidad. “La política, la economía, el intercmbio de chismes o la búsqueda de pareja… todas estas cosas se hacen alrededor de la mesa”, dijo Getahun, señalando que tanto etíopes como eritreos, ambos con historias de colonización, no han tenido históricamente otros foros para expresarse. “La comida no es solo los alimentos. La comida es donde intercambiamos información sobre las personas, sobre tu país, sobre lo que está pasando“.

Para los etíopes y eritreos no sería extraño, en definitiva, tratar el hecho de tener un restaurante como una práctica de construcción de comunidad, porque en esa cultura, construir comunidad es una cuestión de supervivencia. No se puede acceder a muchos servicios de emergencia de la misma forma que en Estados Unidos, explicó Getahun.

“Es tu vecino. Es tu comunidad. Es tu 911. Es los bomberos. Es tu hospital. Es los socorristas de tu zona“, dijo, ”dependemos unos de otros. La confiabilidad es muy importante… Esto se aplica a todo lo que hacen etíopes y eritreos. Es reciprocidad“.  

Si le preguntamos a Tedla Abraham, propietario de Abyssinia Bar & Restaurant, cómo ha conseguido convertir su establecimiento en un lugar que también sirve a la cultura y a la comunidad, va directo al grano. Por si no es demasiado obvio, la comida no puede decepcionar. Abraham, que abrió Abyssinia en 1995, explica que utilizan ingredientes frescos para preparar los platos como lo harían en su país, Etiopía, y que su autenticidad hace que vuelvan clientes de todas las razas.

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Abyssinia sirve desayunos, ofrece horas felices todos los días y tiene un salón aparte para su amplio bar. Para explicar mejor su receta ganadora de comunidad, Abraham lo explica así: “Tenemos un gran espacio, la comida sabe bien, tenemos bebidas combinadas. Intentamos que los clientes estén contentos. El precio es razonable. Eso hace que la gente venga“.

***

Las intenciones de la pareja fundadora de Dahlak, Ghebrehiwot y su difunto marido, Amare Solomon, siempre fueron algo más que servir comida. “Mi restaurante es para mí un medio de comunicación”, declaró Solomon al periódico estudiantil de la Universidad de Pensilvania en 1998. “Me ayuda a conservar y enseñar mi origen étnico”.

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Ephream Amare Seyoum, hijo de Solomon y Ghebrehiwot, recuerda a su padre sirviendo su comida y enseñando a los clientes cómo se come tradicionalmente. Actuaba como un embajador de la cocina del Cuerno de África. A Solomon le encantaba la música, favorecía la unidad frente a la competencia y le encantaba crear comunidad en su barrio del oeste de Filadelfia, por lo que se ganó el apodo de “El alcalde de Baltimore Avenue”. Cuando su padre murió, en 2005, Seyoum estaba en el último año de ka escuela secundaria y se preparaba para el paso a la universidad.

“Me despertó. Sacudió nuestro mundo“, dice Seyoum sobre el fallecimiento de su padre. “Tuve que dar un paso al frente y pensar qué íbamos a hacer”. Ahora, con 35 años, Seyoum dirige el restaurante con su madre. Y aunque ha contribuido a convertirlo en un refugio ecléctico para la nueva música y los eventos culturales, no ve su actual encarnación como un cambio drástico, sino como una prolongación de lo que su padre empezó. 

“Mi papá falleció y eso realmente me despertó. Sacudió nuestro mundo. Tuve que dar un paso al frente y pensar qué íbamos a hacer“.

Ephream Amare Seyoum, Copropietario, Dahlak Paradise

“Podría atribuir parte de esto a la habilidad de mi padre para la música”, explicó Seyoum, “Él también apreciaba a la gente y les daba la oportunidad de bendecir el espacio. Creo que reconocía lo que había hecho, toda la gloria que la gente le daba. Después de su muerte, me contaban historias e historias, cosas que ni siquiera sabía de él. Y eso despertó en mí el deseo de continuar ese legado. No quería decepcionarlo. Sentí que permitir que aquí se celebraran diversas ocasiones sería una forma de honrarlo“, dijo.

Seyoum quería que Dahlak se sintiera como en casa porque, al crecer, a menudo había sido exactamente eso para él. Empezó a comparar el restaurante con una sala de estar. Explicó que, a la hora de organizar eventos, daba prioridad a la inclusión y a una “mentalidad radicalmente abierta”, otro rasgo que le transmitió su padre.

“Hay una estética de respeto en el espacio. Quiero que la gente siga esa estética“, dijo Seyoum, que no cobra en la puerta, acepta y considera ideas para eventos de extraños que se le acercan y es conocido como partidario de los espacios seguros para la comunidad LGBTQ. “Mientras hagas eso, respetes a los demás y evites ser excluyente, siempre estoy abierto a ideas para eventos”.

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Cuando Seyoum oye a la gente describir Dahlak a los no iniciados, los detalles cambian invariablemente, dice, en función de la noche que hayan pasado. Una persona puede verlo como un enclave hippie, otra como un lugar donde tocan músicos, otra como un bar gay. 

“Yo digo: puedes decir lo que quieras”, explica Seyoum. “Somos todo”. 

Acerca de Secret Menu

Creamos Secret Menu, una revista impresa y digital de DoorDash, con la convicción de que la historia de un restaurante puede ayudar o inspirar a otra persona. Nos enorgullece presentar historias que conectan a las comunidades locales de restaurantes, y celebran la destreza y el ingenio que las hace brillar en el Blog para tiendas. Descubre más artículos de Secret Menu aquí.

Autor(a)

Cassie Owens
Cassie Owens

Periodista y cineasta

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